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No pueden, no saben, no quieren recular ni hasta en la más elemental de las casi inverosímiles, mas plenamente lamentables, tesituras a las que nos arrojan sus cálculos.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? - se preguntan incrédulos y con cara de gilipollas. Incapaces aún, y carentes de todo espíritu crítico (y de la más nimia capacidad analista), de prevenir una futura iteración en el gran bucle de los errores históricos-irracionales-y-periódicos. El problema se origina en las raíces sociales más internas y profundas que conforman la identidad humana: el comportamiento grupal. Un individuo confía y espera, gobernado por un implacable instinto universal, en que, en su comunidad aliada o neutral, todas las entidades sabedoras de peligros y fallos avisen y comuniquen tales faltas al resto, en beneficio global y sin perjuicio para ninguno. Como casi todos los grandes defectos del hombre, es una vez más la incapacidad para cuestionar los instintos inherentes a una lenta y progresiva evolución, sumada a una gran habilidad y destreza para apartar todo pensamiento racional cuando de satisfacer y consumar dichos impulsos se trata, lo que origina un sin fin de despropósitos esparcidos por todo el espectro de relevancias. (***) Inciso. Gex me comentaba no hace mucho, que todo cuanto ocurre se permite. Yo rebatí con él buscando las cosquillas a sus argumentos e hilando suficientemente fino como para quitarle la razón por reducción (sin lograrlo, aunque suavizando su postura). Como estas discusiones son por mi parte, un deporte más que un debate, no estuve de su lado si no contra él, aún a pesar de que esa idea se aproxima bastante a lo que trato de explicar en los párrafos que a este preceden y suceden. (***) En la parte baja de la gama nos encontramos con miles de situaciones cotidianas (aunque por fortuna cada vez menos) debidas a esa falsa esperanza de información por parte del mundo. "Este alimento no puede ser nocivo y altamente perjudicial; si no, 'alguien' haría algo", "Esta ropa que ahora llevo no puede ser producto de la explotación, eso no ocurre aquí o alguien lo impediría". "Que estudie durante una tarde o no para este examen no puede ser tan decisivo para todo mi futuro, nadie consentiría que tan poco condicionase tanto". Subiendo de nivel: "Esos planes del gobierno no pueden ser un robo tan descarado a los contribuyentes, la gente se movilizaría". Y llegando al límite: (un soldado de la Alemania Nazi) "Yo sólo cumplo órdenes, si hubiera tanto terror alguien lo pararía". En definitiva, esa tendencia en delegar al resto del mundo toda responsabilidad por nuestros propios actos es la base del 90% de los problemas sociales (grandes y pequeños) que dominan la realidad contemporánea. A menudo además, justificada con la incapacidad efectiva de acción directa que posee un sólo individuo; una muestra máxima hipocresía inconsciente. Esa enajenación moral alcanza su máximo exponente en la pérdida de voluntad voluntaria (preciosa ironía) que destilan las sociedades dictatoriales y más en concreto, los ejércitos del mundo. Allí donde el soldado pasa a convertirse en una inerte y prescindible extensión del cuerpo del superior se forma una cadena de eslabones reemplazables que convergen en una única entidad que toma las decisiones. Esta cabeza a su vez, al no tener contacto inmediato y directo con las consecuencias y ejecuciones de sus propias órdenes, relativiza e incluso anula y rechaza los resultados de las operaciones que ella misma sentencia; siguiendo una vez más, a la ceguera instintiva del placer de lograr sus propios objetivos (aún aunque estos no tengan ningún tipo de sentido). Creo que sin duda, la máxima cualidad del hombre, y la más beneficiosa, es la valentía para asumir la responsabilidad de nuestras acciones, por encima de la capacidad de progreso, y de cualquier otra. Y aún añadiría más; mejor aún es la férrea voluntad de hacer nuestras las responsabilidades de los demás, pues la misma omisión e indiferencia es una acción con consecuencia. Por supuesto es muy incómodo estar preocupándose continuamente de si todos nuestros actos son justos. No sólo incómodo, también complicado. En este mundo donde la cadena de producción, de órdenes y circunstancias es a propósito larga y enrevesada, resulta muy difícil apreciar de dónde y cómo vienen las cosas. Ensoñado con un mundo mejor, en una sociedad a la altura de la dignidad humana deberían ser los gobiernos quienes garantizasen la absoluta tranquilidad moral a los ciudadanos, permitiendo sólo productos y servicios contrastados y justos. Pero mientras la realidad sea diametralmente opuesta a la utopía, mientras los hombres busquen su comodidad de hoy sin pensar en que nadie pensará en la suya mañana, mientras sean los instintos quienes marcan la senda del mundo... tendremos los conflictos, los problemas, y la culpabilidad inherente a la indeferencia garantizadas. Archivado en: Artículos, Reflexiones.
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