Y éramos aún niños cuando nos hablaban del pasado; de los abusos, de la tortura, del poder.

De cómo a lo largo de la historia se alzó la capacidad total de individuos o instituciones para ejercer el control absoluto sobre el manejo, sobre la redacción de los derechos, de todas las cosas vivas y muertas de la Tierra.

Nos hablaron de un mundo de muerte, sufrimiento y destrucción donde el eco de los alaridos que el dolor les desagarraba en la vergüenza de la tortura más extrema se desvanecía en el espacio sin respuesta. En nombre de la religión (e.g. inquisición), de la política (e.g. nazismo), y de la xenofobia (e.g. colonialismo), los analfabetos y los deficientes mentales más poderosos del planeta involucionan al ser humano al instinto del primate prehístorico.

Su motivación era el sentido del orgullo, el afán de (falsa) superioridad, la diferenciación del resto y el ansia de poder. Su fórmula el sometimiento, las mentiras, la destrucción del conocimiento, y el bloqueo de la ciencia sin aplicación bélica.

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Y éramos también niños, cuando nos contaban que todo eso ya había pasado, que ahora vivíamos en una época de paz, en un nuevo mundo donde por fin los hombres nacían libres y podían ser felices.

Aprendimos historia, cómo los valientes se sublevaron, cómo las revoluciones desgastaron las vidas de sus protagonistas, y cómo al fin, el mundo sacó a la calle guillotinas y rodaron las cabezas de tiranos.

Nos aseguraron que ninguna libertad de hoy volvería jamás a ser violada. Que nadie negaría nunca el derecho de los hombres de gobernarse a si mismos, que el poder de la libertad para actuar sin impedimentos según nuestro criterio -mientras no sea con perjuicio directo a los demás- sería por siempre perpetuo e innegable.

Y entonces nos despreocupamos, y nos sentimos afortunados.

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El tiempo pasó y crecimos, y entonces comprendimos que el totalitarismo todavía vivía, directo o implícito, en casi todos los ámbitos públicos del mundo.

Con mayor o menor intensidad y agresividad, lo que tiempo atrás fue global aún perduraba en muchos sitios; pero no hicimos nada. Teníamos la esperanza de que acabaría erradicándose solo, que desaparecería como desapareció el control total en nuestra vida, en otros ámbitos.

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Hoy, no sólo no han desaparecido esos resquicios, si no que se han incrementado ante la pasividad de las "generaciones de paz". La ambición primaria e infinita de algunas multinacionales (e.g. monsanto), el poder en las decisiones públicas de colectivos específicos que no representan a la población (e.g. sgae), el abuso, el despilfarro, y la apropiación de recursos públicos que los ciudadanos aportan trabajando duramente cada día, por parte de quienes deberían administrarlos cuidadosamente (corrupción y malversación), la decisión y aprobación unilateral de leyes contrarias a la opinión pública: los presidentes que no representan al pueblo si no a sus propios y particularidades ideales (o a los de sus amigos o sus bolsillos).

Se han violado principios constitucionales, se ha robado a mano armada al trabajador, se han aprobado enmiendas relámpago y se ha ocultado a la opinión pública. Se ha negado el derecho de los hombres de gobernarse a si mismos, ya nadie representa los intereses generales; sólo los propios y los de sus amigos... la democracia se ha convertido en un partido de fútbol donde fanboys de un equipo obvian y justifican sus errores mientras vapulean al contrario.

Empiezan a perderse las libertades que costó tanta sangre y esfuerzo ganar, y nadie se levanta. Empiezan a impulsarse mecanismos de control y monitorización, se acaba la privacidad, y nadie se levanta. Las leyes se aprueban y las decisiones se toman por y para los lobbies y las grandes empresas...; y nadie se levanta.

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Sociedad occidental humana: 2000 años de pan y circo.

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