Nunca he conocido el viento.

Sólo soy una historia de pasos desordenados. Pasos alejados de los rumbos de las almas sin aliento. Autor de surcos sin propósito. Que llega caminando; despacio hasta aquí.

Soy el dueño de en ningún momento, en ninguna parte; de todas las formas.

Porque sé que los destinos siempre fracasan en lo más alto.

Y yo estoy en el precipicio sin fin, y me dejo caer con mi vida en la mano.

Porque lanzarse desnudo al vacío es el único método para dejar de creer y saberse capaz de volar.

A riesgo de morir. Jugar a perder. Reír por llorar.

(***)

Y en tanto tantos hablan de sus alas. Tantos dicen conocer el viento, que jamás se han elevado. Creen porque no pueden verse, sólo cayendo en sí mismos para siempre.

(***)

Y tú. Distinta. Me miras y el azar colapsa sin interferencias.

En mi realidad estabas preguntándote dónde quedarían las manchas de arena ámbar. Las playas de aceite azul. El Sol naranja que absorbe tu luz.

Te recorro, descubriendo que cada centímetro de tu piel es un nuevo laberinto en el que me encuentro al perderme.

Echo a correr sin aviso. Llego hasta el final retrocediendo hasta el principio. Quietud en movimiento. Yazco. Y todos los surcos de las almas arrancadas son tu beso en la planicie.

Alma a la deriva.

De ti, quiero sesenta segundos, no un minuto.

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