Y era así como lo recordabas. Como cuando los amaneceres no devienen en oportunidades nuevas, si no en nubes rojas inscritas en tu angustia, que desahogando lluvia diluían ilusiones que alcanzar se te intuían imposibles. Buscando Soles entonces, para ver nacer cien arcoíris negros en tu nombre como arcos de coronas lúgubres en tierras de cenizas entronizando trizas de horizontes en trece puntos de partida.

Invocas al calor, con el carbón azul y verde en llamas púrpuras gritando un humo de mil colores mágicos que se eleva hasta la cúpula que agrupa el paraíso de los vivos y ocupa el lugar del objetivo racional. Tu gran banquete tóxico no sacia el hambre. Así como la lluvia se confunde a la lumbre entre las lágrimas, sueños en bandejas de oro y plata por el portal del gran oscilador cromático marchan en avalancha arrastrando el fulgor de la esperanza sin mirar atrás, y con las medidas sin balanza huidos ya en su barcaza el infinito les abraza cuando explotan como estrellas en mil fragmentos al azar.

Palabras de azafrán en los oídos, pasando de un sonido sordo al bazar de la gran danza en ruidos de cristal a los que dar las gracias. Viajes hacia lágrimas después, ríos de huéspedes de agua manantial para que evalúes de ojos blancos y fríos miradas glaciar en la cima vacía de profunda oscuridad tras la pupila. Y ahí estás.

Luego huellas de suelas desoladas heredan cansancio de olas sin nada, de hondas ondas por las que andar al ahondar en tu alma de papel Albal. Vienes con prisa embalada al hablar de tu balada sin alas a las que esperar despegar. Desespérate pues a pensar a coger el último tren al fin del tiempo, o ven y enséñame a temblar, a hender en la verdad que sólo tú puedas saciar esta sed de no acabar, de no parar aun siendo lo único que intento.

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