Y antes de morir, merezco aquella cena en el sitio que más odio: "Foster Hollywood". Su nombre me recuerda cómo la vida es una mala película; agria sin emoción, triste sin intensidad; injusta y cruel con gratuidad.

Me siento solo en una mesa de rincón. Miro alrededor del escenario de madera, luces amarillas, ruido y pésima comida: así resume el tiempo después de tantos años... toda mi compañía.

Entran tragos y bocados en mi ausencia. Existo lejos de mi cuerpo, estoy dentro de mi mismo. Y pienso en bucle, y creo con esperanza, que de todo cuanto sucede, en realidad ya nada pasa.

Me sumerjo en el pasado atónito por la inesperada prepotencia del universo, que se atreve a destruirme, a no necesitarme nunca más. Y a pesar de... mis intentos de independencia, no puedo evitarlo y acudo a Dios desesperado; voy a pedir una explicación, una respuesta, una razón.

Apenas he terminado de decidirme, cuando el trance se rompe con el panfleto sobre postres que emerge desde la superficie de mi mesa, y que reza sutilmente en letras grandes: "Te mereces un final feliz".

(***)

Estoy en la calle en el ecuador de la noche. Salgo andando sin destino, porque este lugar duele, como dolerá cualquier otro al que pueda llegar y del que volveré a marchar; me siento condenado a vagar eternamente. Sin descanso, sin consuelo. Las horas pasan pero la oscuridad de las calles no parece acabar nunca, en este infierno no consigo hacer amanecer. Pierdo todo mi esfuerzo cuando intento respirar.

Delante de la floristería tengo miedo a detenerme. La poca luz me muestra las rosas expuestas tras un cristal. Paso despacio, tengo el corazón roto y voy dejando un reguero de sangre a mi paso; todos pueden verlo. Las miro con mi angustia y se marchitan. Me muero; y las miro con mi amor... y se marchitan. Me muero.

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